Me dejó, como si fuera un pedazo de nada. No le importó cómo me sentía yo.
Y está bien. Cada uno es dueño de buscar su felicidad y de elegir con quien estar, o no estar.
Y ella, soltó mi mano, porque ya otras manos la tomaban. Otros ojos la miraban. Otros brazos la abrazaban. Otros labios la besaban.
Y se marchó. Sin mirar ni un segundo para atrás.
Pero al poco tiempo, notó que esas manos que la habían llevado, la querían soltar. Que esos ojos, no solo miraban sus ojos. Esos brazos, no solo a ella la rodeaban. Y esos labios, no eran a la única que besaban.
Y arrepentida de su elección, recordó en qué lugar ella fue única y especial.
¡Y volvió..! Y me buscó y me vio. Pero no me encontró.
No me encontró, porque las personas que se van, tarde o temprano dejan de hacer falta. Porque en el proceso de irse, no me dejó solo, sino en compañía de mí mismo.
Porque al no tener otra persona a quien amar, me tuve que amar yo. Porque en el tiempo que no estuvo, me crecieron alas y me di cuenta de que era ella la que me las había estado cortando. Porque aprendí que no soy premio de consolación. Porque para mí ya no era nadie especial. Porque cuando la vi llegar, no me alegré y lo único que pude sentir fue lástima.
Hay personas que se van y cuando vuelven ya no tienen sitio en nuestra vida. No es rencor. Es la vida que pasa y las cosas cambian. Uno cambia.
¡Tiempo se llama a esto..!
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