¡NO LA LLAMES PIEDRA!
Así la quiero, de ojitos achinados, y el corazón que se fraguó en mi suelo. Así la amo, indígena y morena.
Es el retrato de mi dulce Madre, la Virgen Nazarena, la que llevó en su seno al Esperado, la que nutrió al Mesías con su pecho, aquella que arrulló sobre su lecho, al Santo Hijo de Dios humanizado.
Por eso quiero rogarte, que nunca la llames "piedra". Esa muñequita negra, es la escultura bendita, es la imagen de la Madre, que en vez de sentirse diosa, se llamó sierva a sí misma, en el momento en que el Ángel le entregó el santo recado, de que sería la Madre del propio Dios encarnado.
No fueron piedra sus labios, cuando valientes se abrieron para pronunciar el ¡Hágase!, a la propuesta Divina, o cuando irrumpió gozosa, con un canto de alabanza, sabiendo que, para siempre, sería bienaventurada.
No fue de piedra su vientre, sino fue el primer Sagrario; fue la aurora en el silencio de la noche, en el establo.
No fueron piedra sus brazos, que amorosos lo acunaron, ni fueron piedra sus lágrimas, en la cumbre del Calvario.
Es la Madre Inmaculada, que dejó su imagencita, esa figura es retrato de la que vive en la Gloria, que está dulcemente atada al corazón de mi gente.
Por eso quiero pedirte, que nunca la llames “piedra”, porque al mirarla evocamos a aquella, Llena de Gracias, la que Cristo agonizante nos dejó desde la Cruz y que ha sido siempre luz de esta tierra que la ama.
Nosotros no nos postramos ante un trozo de materia: la piedra puede agrietarse, el oro puede fundirse, pero la fe de este pueblo la aclamará noche y día: ¡Viva la Madre de Dios! ¡Viva la Virgen María! ¡Viva la Tica del cielo!
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