Qué rico hueles, mi vida. Qué perfumada, mi amor. Éramos recién casados. Fueron frases de rigor.
Después del baño, él olía a Yardley o qué sé yo, mientras yo me perfumaba, con perfumes de Christian Dior. Pero hoy, ¡qué diferencia. Él huele a ungüentos, y yo a la Pomada del Tigre, que me pongo al por mayor.
¡Cómo han cambiado los tiempos, de cuando él me conoció! Antiguamente lucían encima del gavetero, una rosa, su retrato, un perfume y un reloj.
¿Ahora? Un frasco de aspirinas; el ungüento de rigor; unas vendas, mis anteojos, las píldoras de alcanfor, la jeringa, la ampolleta, el algodón y el alcohol.
Y en el suyo, amontonados, para que quepan mejor, un vaso para sus "dientes"; el frasco de la fricción, un libro abierto, sus lentes, jarabe para la tos, y agua y la aspirina, por si nos viene un dolor.
Sin embargo: no añoramos "Lo que el viento se llevó". Recordamos lo que fuimos, y vivimos nuestro hoy.
En las mañanas, sin prisas, siempre la misma canción: ¿Cómo dormiste, mi cielo? Un dolor me despertó. ¿Cómo te sientes, mi vida? Hoy tengo fuerte el dolor.
Y por las noches, acaso recordando algo mejor, oliendo a salicilato, a pomadas y a inyección, repetimos lo de siempre, lo mismo de ayer y hoy: Que duermas muy bien, mi vida. Que duermas muy bien, mi amor. Rezamos un Padre Nuestro, y damos gracias a Dios.
(Poesía premiada en el Festival de San Serení del Monte, escrita por la señora Lupita Díaz de Cristiani).
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