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preguntado por Semipesado (388k puntos) en Espiritualidad
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Te lo pregunto, porque nuevamente somos invitados a emprender un camino pascual hacia la Vida, camino éste que incluye la Cruz y la renuncia; camino que será incómodo pero no estéril.

En este tiempo de Cuaresma, somos invitados a reconocer que algo no va bien en nosotros mismos, en la sociedad o en la Iglesia.

Somos invitados a cambiar, a dar un viraje, a convertirnos. Por eso, son fuertes y desafiantes las palabras del profeta Joel: ¡Rasgad el corazón, no los vestidos..!

Así que amigo mío, rasguemos el corazón y no los vestidos, de una penitencia artificial, sin garantías de futuro.

Rasguemos el corazón y no los vestidos, de un ayuno formal y de cumplimiento que nos sigue manteniendo satisfechos.

Rasguemos el corazón y no los vestidos, de una oración superficial y egoísta, que no llega a las entrañas de la propia vida, para dejarla tocar por Dios.

Rasguemos los corazones y no los vestidos, para decir con el salmista: ¡Hemos pecado..!

Rasguemos los corazones y no los vestidos, para que por esa hendidura podamos mirarnos de verdad.

Rasguemos los corazones, abramos los corazones y no los vestidos, porque sólo en un corazón rasgado y abierto puede entrar el amor misericordioso del Padre, que nos ama y nos sana.

Y es que, amigo mío, cambiar el modo de vivir es el signo y fruto de este corazón desgarrado y reconciliado, por un amor que nos sobrepasa.

¡Rasgad los corazones!, dice el profeta. Y San Pablo nos pide, casi de rodillas: ¡dejaos reconciliar con Dios..!

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