Te lo pregunto, porque nuevamente somos invitados a emprender un camino pascual hacia la Vida, camino éste que incluye la Cruz y la renuncia; camino que será incómodo pero no estéril.
En este tiempo de Cuaresma, somos invitados a reconocer que algo no va bien en nosotros mismos, en la sociedad o en la Iglesia.
Somos invitados a cambiar, a dar un viraje, a convertirnos. Por eso, son fuertes y desafiantes las palabras del profeta Joel: ¡Rasgad el corazón, no los vestidos..!
Así que amigo mío, rasguemos el corazón y no los vestidos, de una penitencia artificial, sin garantías de futuro.
Rasguemos el corazón y no los vestidos, de un ayuno formal y de cumplimiento que nos sigue manteniendo satisfechos.
Rasguemos el corazón y no los vestidos, de una oración superficial y egoísta, que no llega a las entrañas de la propia vida, para dejarla tocar por Dios.
Rasguemos los corazones y no los vestidos, para decir con el salmista: ¡Hemos pecado..!
Rasguemos los corazones y no los vestidos, para que por esa hendidura podamos mirarnos de verdad.
Rasguemos los corazones, abramos los corazones y no los vestidos, porque sólo en un corazón rasgado y abierto puede entrar el amor misericordioso del Padre, que nos ama y nos sana.
Y es que, amigo mío, cambiar el modo de vivir es el signo y fruto de este corazón desgarrado y reconciliado, por un amor que nos sobrepasa.
¡Rasgad los corazones!, dice el profeta. Y San Pablo nos pide, casi de rodillas: ¡dejaos reconciliar con Dios..!
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