Recuerdo que fue un otoño particularmente frío y yo estaba pasando el fin de semana en la casa de campo de mi abuelo. El crepitar del fuego era el acompañamiento perfecto, para las historias que él solía contar.
Aquella noche, entre las muchas historias de su juventud, comenzó una que nunca olvidaré: Tenía yo unos treinta años, empezó, mirando las llamas como si pudiera ver su pasado reflejado en ellas, cuando conocí a un ser que cambiaría mi entendimiento del mundo, para siempre.
Esa noche, mi abuelo había entrado en una taberna, para escapar de un aguacero implacable. Entre la neblina de cigarrillos y las risas ahogadas por el alcohol, una figura solitaria llamó su atención. Era una mujer de una belleza inquietante, con un vestido que parecía absorber la luz del lugar. Se acercó y me invitó una copa, iniciando una conversación, que pronto se convirtió en una serie de rondas.
Por más que bebía, ella parecía sobria, como un juez. Hablaba con una elocuencia, que hipnotizaba, y cada palabra que decía, parecía tener un doble sentido, como si estuviera probándome, continuó. Pero algo en su mirada me hacía sentir en guardia.
Conforme la noche avanzaba y la taberna se vaciaba, el estado de la mujer no cambiaba. Era extraño, pensó mi abuelo, cómo alguien podía beber tanto y aún mantenerse tan alerta y lúcida. Decidió que era momento de retirarse y, como buen hombre que era, se ofreció a acompañarla a su casa.
Caminaron bajo la luna llena, hasta llegar a un cruce de caminos. Fue entonces cuando ella se giró hacia él, y su aspecto comenzó a cambiar de manera espantosa. Su piel se oscureció, adoptando un tono rojizo y sus ojos se encendieron como brasas vivas. Una sonrisa torcida se dibujó en su rostro, revelando una hilera de dientes anormalmente filosos y brillantes. Es aquí donde nos despedimos, dijo con una voz que ya no era suya, profunda y resonante, pero antes de que te vayas, debo mostrarte mi verdadero rostro.
Mi abuelo, aterrorizado, observó cómo la figura ante él se erguía, creciendo en tamaño y deformidad. Su silueta se volvió grotesca, con cuernos retorcidos emergiendo de su cabeza y un olor a azufre llenando el aire.
Podría tomarte conmigo, gruñó la criatura con una sonrisa malévola, pero has sido un caballero, y eso es raro en estos días. Así que te dejaré con una advertencia: no todo es lo que parece, y no todas las almas que se pierden, están listas para ser encontradas.
Y con esas palabras, la figura desapareció, dejando a mi abuelo solo en la encrucijada, bajo el pálido brillo de la luna. Me dijo que nunca supo cómo logró volver a casa esa noche. Sus piernas lo llevaron de vuelta, como si fueran guiadas por una fuerza más allá de su entendimiento.
Por eso, terminó mi abuelo con una mirada seria, clavada en las llamas, "nunca debes confiar en lo que no entiendes, y siempre debes ser amable, porque nunca sabes cuándo podrías estar hablando con el diablo mismo".
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