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Μελλοντα ταυτα

Alcé mi mirada, y vi la vastedad de las estrellas, tantas que los puntos de luz a veces se superponían formando grandes manchas blanquecinas, como si alguien hubiera estado pintando graffitis con un aerosol blanco en el azabache del firmamento.

Vi las estrellas; algunas de un blanco azulado tan intenso que lastimaba los ojos; otras enormes, rojas, hinchadas, como grandes globos desinflados, como mansos cetáceos flotando en el espacio interminable.

Y alrededor de algunas de ellas –pero tantas– vi la inconfundible relojería de los planetas. Algunos como rocas incandescentes; otros como témpanos estériles; pero unos pocos –pero tantos– con sugestivos colores, con manchas insinuantes, que susurraban a mis oídos la promesa de la Vida.

Bajé la vista, y vi extenderse por todo el horizonte la multiplicidad de la formas del Universo: galaxias, soles, planetas, paisajes, seres; y en esa diversidad, comencé a comprender que existía una nota constante: la singularidad de lo diferente.

Súbitamente, como si alguien hubiera encendido una luz en la noche, vi aparecer ante mi al Anciano.

Me miraba, y sonreía, y su sonrisa era divertida pero no burlona; su mirada era inteligente y no astuta; su porte era noble, y no soberbio.

Le sonreí también y, por decir algo, le dije

– Entonces hay un plan, ¿no?

– Un plan... –dijo, rascándose la barbilla– Plan no es la palabra. Un plan es algo que uno espera que se cumpla, y la esperanza implica la incerteza. Lo inexorable no puede ser un plan. Más adecuado sería llamarlo Destino.

– ¡Destino! – yo había sido fatalista en mi juventud, y había abandonado el concepto por las muchas paradojas que encierra – Pero, si hay un Destino, ¿yo puedo conocerlo?

– Todo el conocimiento está a tu alcance... – me contestó con un amplio ademán.

– Pero si conozco mi destino, puedo cambiarlo... Por ejemplo, si sé que mi destino es ganarme la lotería, y no juego nunca, no se puede cumplir.

– No, no... Hay un Destino Universal que discurre inexorablemente, pero los destinos individuales de cada partícula son aleatorios o, en tu caso, de libre elección.

– Pero el Destino Universal, ¿no es acaso la suma de los destinos individuales?

– Si, como en un río el agua discurre inexorablemente hacia el mar; pero si observas las gotas individuales, verás que su curso es irregular y aleatorio, con remansos, retrocesos, círculos... y sin embargo van al mar...

– Comprendo. Pero entonces, las conductas humanas no tienen importancia...

– ¿Cómo?

– Digo, si hay un Destino Universal inexorable, las conductas individuales no pueden torcerlo. Luego, no importa demasiado lo que cada uno haga, pues la historia ya está escrita... Deja de tener importancia el concepto de pecado. ¿Existe, entonces, el pecado?

– No. No existe el pecado, pero... lo que sí existe es la felicidad y la desdicha. Y cuanto más acompañe tu destino individual al Destino del Universo, tanto más feliz serás. Y, en contradicción, cuanto más “nades contracorriente”, más desdichado serás. La felicidad es el destino individual, indisolublemente ligado al Destino del Universo.

– Pero la desdicha o la infelicidad a veces no tienen que ver con nuestra conducta, con lo que uno haga. La muerte, por ejemplo, la muerte ajena, la muerte de los que uno ama, no tiene nada que ver con lo que uno desea o hace. Si el destino es la felicidad, ¿por qué existe la muerte?

– La muerte es lo que permite la vida. Sin la muerte no hubieras llegado a pensar. La muerte, y el tiempo, convirtieron la materia inerte en seres como vos. Pero la evolución física es breve, y en vuestro caso ya ha terminado. La muerte física, para ustedes, ya no es necesaria, y la longevidad, e incluso la inmortalidad estarán pronto a vuestro alcance. Pero antes, deberán abandonar el cautiverio de la Tierra. Muchos animales no se reproducen en cautiverio, porque pronto les faltaría el espacio vital. Mientras ustedes estén circunscriptos al área limitada de la Tierra, no podrán alcanzar la inmortalidad, porque pronto saturarían el espacio vital. Ambos conocimientos discurren parejos, tanto en la Tierra como en todo el Universo...

– Pero ¿existe otra vida después de la muerte?

– La vida es una sola, eterna, preexistió tu nacimiento y perdurará tu muerte. Vos existís desde antes que nacieras, exististe en tus padres, en tus abuelos, en los primates y en los reptiles que te engendraron, en las moléculas que te formaron, en los átomos que formaron esas moléculas, y en las estrellas que formaron esos átomos. Cada mónada de tu cuerpo atesora la información que heredaste de todos tus ancestros, y esa información, que es la vida, es heredada a tus hijos y a todos tus descendientes. Esa información que actualmente trasmitís por otros medios, no sólo atómicos o genéticos, es la vida. Tus hijos la reciben, y la incorporan a su propio cuerpo que es el cuerpo del Universo. En ellos vive el Cosmos, en ellos vivís vos que también sos el Cosmos. Esa es la verdadera inmortalidad y la verdadera reencarnación. Y esto está ocurriendo en la Tierra y en todo el Universo.

– Hay otros seres en otros planetas, evolucionando, perfeccionándose...

– Todo el Universo está habitado, en formas más o menos evolucionadas, en seres que existen en forma de energía solamente, seres que ya alcanzaron el nivel atómico, otros el nivel molecular, o el celular multisexual, otros, como ustedes, que ya alcanzaron el nivel cultural, y otros que ya están alcanzando la unidad intelectual.

– ¿Cómo, cómo? ¿Qué es eso?

– Los seres que unen sus mentes para que todos los cerebros piensen como uno sólo...

– ¿...?

– En “red”

– Comprendo... Pero esos seres son como un solo individuo.

– Ese es el Destino Universal. Un solo individuo, con el conocimiento de toda la Evolución Universal.

– ¿Y es inexorable?

– Siempre lo fue. El Universo nació con mi muerte, hace unos quince mil millones de años. Al principio era todo energía, pero la energía se condensa en pares de partículas, ustedes ya saben eso. El Universo evolucionó, entonces, al nivel atómico. La gravedad condujo necesariamente a que las partículas dispersas se organizaran, y fueron soltadas luego como materia inorgánica, para que formen planetas. La materia inorgánica tiende a la entropía, a la simplificación. La vida tiende a la negantropía, a la complicación. Pero la materia inorgánica tiende necesariamente a la formación de la vida. En todo el Cosmos comenzó a nacer la semilla que detendría la expansión, porque la vida se ocupa de transformar materia inorgánica en materia orgánica. La evolución es simple, y necesariamente conduce al desarrollo de la inteligencia. La inteligencia conduce a la tecnología, y la tecnología a poblar el espacio. Todas la formas de vida inteligentes del Cosmos están saliendo de sus nidos natales, y se están comunicando entre sí. Pronto evolucionarán, mediante la tecnología, para intercomunicar sus cerebros en un solo individuo. Este individuo seguirá consumiendo materia inorgánica para convertirla en materia orgánica, hasta que este Ser Único, que contenga en sí al Universo, porque el Universo será Él, que atesore toda la ciencia, porque toda la información del Universo le será trasmitida por herencia, que ocupe todo el espacio porque estará en todos lados, y conozca todo el tiempo, porque el tiempo habrá llegado a su fin, nazca.

– Pero ¿Ése no sos Vos?

– Si. Yo soy tu Hijo aún no nacido, el Hijo del Hombre. Yo soy tu Causa, y tu Destino. Soy el que murió, colapsado en Mí Mismo, para que el Universo naciera. Soy el que nacerá, en el Fin de los Tiempos, para poder volver a morir. Soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Soy Dios.

Rafael

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