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B206

Primera parte

“Érase un día normal en las labores de un grupo de robots, autómatas, en la cápsula de sus dueños. Los robots ordenadamente iban y venían de sus labores en una hermosa casa de cristal en medio de un territorio más salvaje, del cual la casa no tenía ningún peligro pues estaba en una cima fuera del alcance de las fieras. Hasta que un día algo interesante sucedió: un pequeño animalito, se metió en medio del cruce de los robots. Era de corteza dura, pequeñísimo, y debajo de sus espaldas escondía unas diminutas y frágiles alas y más abajo unas ligeras patitas. El pequeño inquilino evadió al análisis de la computadora, los dueños no estaban en casa ni vieron cuando uno de sus lacayos, al tropezarse con nuestro pequeño inquilino, chocó dramáticamente contra el cristal y cayó decenas de metros hacia la selva.

No milagrosamente (pues el robot estaba diseñado para recibir cosas peores), quedó ileso de la espantosa caída y, como es su costumbre, inició el análisis del entorno que lo conformaba. Mas tenía una misión (su única misión): volver al terreno de su origen. Al no poder hacerlo -pues el montículo le impedía su regreso-, decidió ponerse en periodo hibernación hasta recibir nuevas órdenes.

Pasaron los años, decenas, cientos, y el autómata aún seguía en estado de coma, esperando su nueva norma. La energía acumulada comenzaba a descoordinar su sistema, por lo tanto debía gastarla en tareas que aprovecharan su capacidad. Así fue como en periodos de lluvia este hizo fortalezas para taparse de ella, también aprovechando los truenos, como base de “alimento”. Hizo artesanías en memoria de sus trabajos, y su capacitación. Se protegía de depredadores, aunque pocas veces le atacaban y jamás entendió cuál era el sentido de sus actos. El tiempo pasaba y seguía sin comprender el mundo que le rodeaba. Lo veía ilógico, salvaje, despreciable, caótico…

El robot vivió cientos de años aguardando en una cueva. Esperando, ya no sabía qué, pero esperaba. Veía animales ir y venir y no los toleraba. Hacía lo posible para espantarlos. Odiaba su estado ilógico. …odiar…

El silencio duró décadas más. Ya nada se acercaba a esa cueva perdida. El robot seguía ahí echado, inmóvil; lo único que reflejaba su estado de conciencia era el oscuro suelo que enfrentaba. Y llegó a su conclusión: “Los años que han pasado son la prueba que mi tipo B206 ha expirado. Los amos ya habrán encontrado otro nuevo modelo y ya no necesitan de mi mecanismo. Estoy obsoleto. Mi función es “sin uso”. Lógico es que me desprograme si mi uso ya no es necesario. Lógico es que me desprograme si mi uso ya no es necesario”. Miró hacia su mano: cinco articulaciones unidas a una base plana y plateada. Era cosa de activar el botón de ”desinstalar” y listo. Esperó unos segundos…

“Proceso de desinstalación completado, ¿está seguro que desea desinstalar programa B206?” -Sí “Oprima: Aceptar” -

Acep… Una cosa posó sobre su mano. Aún después de apretar el botón, seguía observándola. Era una figura alada, y con una combinación de colores que nunca había visto. Se posicionó justo en su palma metálica, y desapareció.

El autómata buscó desesperadamente. No hallaba a la criatura. Usó todos sus medios necesarios pero jamás la halló.

Buscó por toda la cueva y nada. Finalmente halló sólo una respuesta lógica: había salido de la cueva.”

“Nuestro amigo autómata salió de la cueva, escaneó muchas cosas que conscientemente no quería pero hasta que llegó a adecuarse con ellas, a identificarse con ellas. A juzgarlas, a envidiarlas, a cambiar, a reconstruirse a sí mismo, por él. Incluso a borrar algunos datos menores con tal de procesar los que consideraba como “más importante”. Debía hacerlo si quería reencontrarse con esa misteriosa figura.

Pasó muchos obstáculos, experimentó muchas cosas, llegó incluso a analizar cosas que le parecían aún más confusas y que no las soportaba; llegó a volverse loco, a recuperar la cordura, y a volverse loco otra vez; hasta que un día se encontró con algo familiar, algo que había olvidado, pero que reconocía en lo más recóndito de su base de datos: un vidrio que reflejaba (sólo que este era más… “gelatinoso”). Le dio miedo, porque había descubierto una forma, que nunca antes en su vida había visto. Y al tocarlo, la forma se desfiguraba, se dio cuenta que no era algo sustentable, poco denso, que incluso se hundía en él, que tenía profundidad; llegó a temerle, y esperó nunca volver a analizar algo similar.

Los años que pasaron fueron simplemente innumerables (había borrado su noción del tiemplo). Y veía como cada vez salían nuevos seres automáticos. Y por cada ser debía ponerse un disfraz nuevo. Y fue un día en que vio a un ser que, extraordinariamente, le atraía, sólo que había olvidado el por qué, y sin embargo, “lo presentía”. Ese ser lo reconocemos hoy en día como “ser humano”.”


Segunda parte
“Nuestro héroe de tuercas no sabía qué hacer, no se suponía QUÉ debía hacer. Habían pasado los años; fue difícil, pero había logrado adecuarse al orden de los humanos, sólo que aún no entendía cuál era su deber: ¿Qué debía hacer?

Por un lado eran seres incivilizados y salvajes que llegaban a pelearse unos a otros. ¿Debía acaso ser él el que dé las órdenes y domine a los incivilizados? Y sí, habían normas, leyes, labores, ocupaciones, sin embargo el mundo no vivía en paz. Pero por el otro lado eran criaturas curiosas: hacían lo mismo que él: modificaban su entorno, esa palabra llamada “aprender” (¡¡y creía que era el único!!). Formaban sus comunidades y convivían entre ellos como combatían también a la vez. Era un mundo mil veces más confuso que el mundo salvaje que había denominado como “animales”.

No sabía qué comunicar, no sabía si obedecer o no obedecer, no sabía si era preciso o si todavía le faltaba tiempo (el cual había vuelto a recuperar). No sabía si actuar o no actuar.

Y así vivió en la constante duda. Tuvo que cambiar varias veces de formas por razones que ya no encontraba precisas e incluso llegó a encontrarle gusto. Halló la pasión, halló el deseo, halló la noción de belleza como –sino también- fealdad, llegó incluso a “experimentar” (por descarado que fuera), y quiso entender que era eso de “tener un hijo”.

Descifró distintos códigos. Los vidrios acuosos incluso ya no les temía, aprendió hasta flotar en ellos. Creó nuevas máquinas y halló el gusto por ellas. Vio lo que era un maniquí, y le atrajo por alguna razón. Pero había algo que no entendía:

Cada vez, y cada cierto tiempo, veía que uno de sus autómatas más cercanos no se presentía, y preguntaba “dónde está”, y cada vez le respondían “se ha ido”. “Bueno, algún día volverá”, y seguía con lo suyo. Incluso los confundía en la calle a gente bien parecida y les saludaba, y estos le miraban raro.

Con el tiempo descifró lo que venía: sus partes se desintegraban. Y por más que intentara unirlas no hallaba el método para unirlas, ni volver a hacerlas a funcionar. “Necesito más información, ¡más información!” Y al no hallarla pregunto a sus cercanos, y al no saber estos que pasaba, le dijeron: “Ve al doctor”, y así lo hizo. …Al día siguiente hallaron al doctor muerto.

No se sabe qué le hizo el doctor a B206, ni qué le dijo. Pero lo que no queremos saber es qué pasó con B206 durante los últimos años.”


Final
He aquí, lo que sucede con B206: “B206 pasa por muchas transformaciones, de las cuales él ya no es el que las controla (porque hizo un trato con alguien mucho más grande, alguien que lo creaba por él), y de hecho ya no pasa a llamarse B206. Pasadas muchas aventuras, él se encuentra con sus dueños y con el insecto que lo hizo caer hace X años: un Escarabajo Pelotero, del cual, Los Amos cuidaban desde inicio de los tiempos. El renovado B206, pregunta por qué adoran a un bicho que transporta caca para después comerla, a lo que Los Amos responden:

«“Nos encariñamos con él porque es lo que nos representa: el trasporta residuos que en apariencia son de menor valor y los convierte en preciado combustible para la vida. Esta maravillosa criatura representa el ciclo de crear y mediar la vida. Y nos recuerda día a día de dónde provenimos; no de algo despreciable que debe eliminarse por completo, sino de algo que puede ser precioso en las posiciones correctas; como tú, amigo mío, que pasaste por las peores cosas, pero al final llegas revivido a nosotros: has sido pulido y renovado, ya no como un autómata ni un espejo vacío, sino como uno de nosotros.» Todo parecía muy bien, pero al renombrado le quedó una duda:

-Un momento. ¿Estaba planeado que ese escarabajo se posicionara en medio de mi camino?
-Ehh, no –le respondieron.
-¡Un momento! ¿Y cuál era la criatura que se posicionó en mi mano y por la que empezó todo este follón?
-Ehh, no sabemos.
-(Ffffuuuuuuuuuuuuuuc…!!!)
-Pero vayamos a averiguarlo.”

Ryder



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