En un pequeño pueblo llamado Lectoria, la gente vivía bajo un cielo de nubes grises. Y aunque el paisaje estaba lleno de belleza natural, los habitantes rara vez sonreían o se detenían a apreciar su entorno.
La vida en Lectoria era rutinaria y monótona, y las conversaciones entre sus residentes eran superficiales y desprovistas de emoción.
Un día, un anciano llamado Eldric, llegó a la plaza del pueblo con un carruaje, lleno de objetos envueltos en telas coloridas. Colocó una alfombra en el suelo y, con manos temblorosas, pero precisas, comenzó a desvelar su colección: eran libros de todos los tamaños y colores.
Aunque algunos habitantes se acercaron por curiosidad, la mayoría pasaba de largo sin prestar atención. Pero Eldric, con su voz suave y cálida, comenzó a narrar historias que se elevaban desde las páginas de sus libros, historias de amor, de aventura, de misterio y descubrimiento. Las palabras de Eldric se entrelazaban con el viento, y el cielo gris comenzó a despejarse, revelando un horizonte azul y brillante.
A medida que las historias cobraban vida, las personas de Lectoria comenzaron a sentir algo que no habían experimentado en mucho tiempo: emoción.
Empezaron a congregarse alrededor de Eldric, escuchando con atención y permitiendo que las palabras pintaran imágenes en sus mentes. Las historias de Eldric les transportaban a mundos desconocidos, les desafiaban a pensar de manera diferente y abrían sus corazones a nuevas emociones.
Con el paso de los días, las conversaciones en Lectoria cambiaron. Los vecinos compartían sus propias historias, inspirados por las narraciones de Eldric. Los niños jugaban en las calles, recreando batallas épicas y viajes mágicos. Las nubes grises que una vez opacaron el pueblo se disiparon, reemplazadas por colores brillantes y risas contagiosas.
El acto de leer había transformado Lectoria. La gente se dio cuenta de que cada libro era un portal a otro mundo, una oportunidad de vivir mil vidas y conectar con las experiencias humanas de generaciones pasadas y presentes.
Eldric, después de haber sembrado el amor por la lectura, decidió marcharse. Pero dejó detrás de sí una biblioteca en la plaza del pueblo, para que los residentes pudieran sumergirse en las historias, siempre que lo desearan.
Y así, Lectoria floreció, como un oasis de imaginación y creatividad, un recordatorio del poder transformador de los libros y del sutil acto de leer.
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