Por supuesto. He vivido en los árboles la mayor parte de mi vida, digamos que el 97%. Ahí en las alturas no es necesario llevar cubrebocas o hacer el amor en silencio o escuchar el estiércol sonoro que la gente llama música, o las opiniones profesionales de los políticos de cuarta, quinta, sexta y séptima. También está la facilidad de ahorcarse cómodamente cuando los tiempos no sean favorables, lo cual implica que incluso la pobreza no es obstáculo para el bien-morir. Se puede hacer la guerra en los árboles y enamorarse. Yo (para hablar de mí un poco), hoy, me enamoré de trescientas personas distintas, con el inconveniente trágico de tener que escribir trescientas cartas de amor desesperado a lo Neruda, pero sin el lado cursi. Eso, justamente eso.