Antes solía preguntarme: “¿a qué lugar de mi pasado no regresaría?”, y entonces me respondía que mi pasado era el pasado de David contra Goliat, el de Zaratustra, el de Voltaire escribiendo, el de la invasión de los mongoles, etc. Entonces cesaba de preguntarme, puesto que mi pasado resultaba ser extensísimo, finito pero no por eso algo recortado, como un pulmón en el cenit de la respiración. Cosas así pienso hoy. Ahora más bien me pregunto cosas como: “¿no es la historia una teselación de Penrose con variaciones en color?”. No lo sé, pero la historia se vuelve colorida, como si el color redoblara su esfuerzo para desplegarse. Así.