El reloj de pulsera marcaba exactamente las 10:00 pm, cuando abordé el tren de la Línea 8. Estaba sumergido en el relato de "La Conquista de México" de William Prescott. No tenía ni idea de las paradas, ni de quiénes subían y bajaban del vagón.
Fue en la estación Apatlaco donde todo cambió. Tres mujeres entraron al vagón, riendo estridentemente. Dos de ellas ocuparon los asientos a mi izquierda, mientras que la tercera llevaba en brazos a un niño de unos tres años y se sentó enfrente de mí. Su apariencia era impactante: piel blanca, ojos verdes y cabello rubio.
La más joven me sonrió y preguntó sobre mi libro, una pregunta inocente que me desconcertó. Confirmé que era de William Prescott, y su respuesta me sorprendió: "Sí, es bueno, pero ¿has leído el libro de San Ciprián? Deberías leerlo. ¿Te gustaría venir a mi casa? Mamá, ¿podemos invitarlo? La mujer con el niño asintió sin decir una palabra.
Mientras hablaba con ellas, tres jóvenes y una chica subieron en la estación Escuadrón 201. Se quedaron mirándome, luego miraban a las mujeres y murmuraban entre ellos. Ignoré sus miradas y seguí conversando con las mujeres, quienes insistían en que las acompañara a su casa. Me negué, argumentando que tenía que ir a trabajar. Sentí que algo oscuro se estaba gestando a mi alrededor.
Finalmente, en la estación Iztapalapa, las mujeres se levantaron para salir. Antes de desaparecer, una de ellas me susurró con un tono siniestro: "Nos volveremos a encontrar". Las puertas se cerraron tras ellas, dejándome solo en el vagón,
Los jóvenes que habían subido en Escuadrón 201 se sentaron a mi lado, se quedaron con la sensación de que había escapado de algo aterrador, pero sin entender del todo qué era. Y me preguntaron el por qué les había hablado a esas mujeres.
Intrigado, les pregunté por qué me hacían esa pregunta. La chica entre ellos me dijo que no me había dado cuenta de que las mujeres eran, en realidad, horribles y que el perro que llevaba la más corpulenta era espantoso. No podía creer lo que decían, ya que para mí, las mujeres habían sido hermosas.
Entonces, una señora que estaba en el extremo opuesto del vagón se acercó y advirtió a todos: ¡Esas mujeres querían llevárselo! Son brujas que buscan a incautos y los llevan al cerro de la Estrella, donde sufren un destino atroz. ¿No has oído hablar de los que han desaparecido en la cueva del diablo? ¡Esas son las que se los llevan!
En la siguiente estación, la misteriosa señora se bajó del tren, dejándonos a todos en un incómodo silencio, mientras los chicos y yo nos mirábamos con inquietud.
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